jueves, 4 de agosto de 2011

Sh

Se siente frío aquí. Hace rato que las luces se han apagado. Me encanta ese olor a húmedo que las paredes desprenden. No te podría decir dónde estoy ni aunque me lo pidieras de la forma en la que sabes hacerlo. Estoy escondida. No, mejor. Estoy fuera. Sí, fuera, ¿fuera de qué? Fuera de nada. De ti, y de mí. Aunque nunca haya estado dentro realmente. Estoy fuera. Lejos, bastante lejos. Lejos de ninguna parte, que casualmente, coincide con dónde tú estás. No es casualidad. Llevo buscando ese lugar muchos años. En treinta segundos podría resumirte qué es un mí sin un tú, o sin el nosotros que siempre he buscado en cada punto de las frases que me dedicabas. Y por desgracia, nunca las terminabas. Por eso tú sobrevives; por eso yo existo. En cualquier caso, sé que puedo buscarte más allá de dónde estés. Sé que no estás realmente donde crees estar. Sé que podría taparte los ojos y que tú sabrías quién soy. Te lo cuento porque hace días que perturbas mi espacio. Y eso que sólo me ilumina una lámpara apenas útil. Y nada más. Y ya está.

Por eso, que tu presencia vuelva a mí, es algo que me inquieta. Sólo tú consigues que cualquier cosa que me pase, sea inferior a lo que provocas en mí. Pero eso posiblemente me guste. Como también me gusta sentir mis pies descalzos, y esa sensación de abandono y de soledad que siento al rozar el frío suelo con mis dedos.


Dejo de escribir aquí. Alguien viene.