De veras deseo decirte que hoy, entre tantos tiempos y vidas que se nos escapan y que ignoramos, yo me siento infinita.
Nada más por amar de ti.
De veras deseo decirte que hoy, entre tantos tiempos y vidas que se nos escapan y que ignoramos, yo me siento infinita.
Nada más por amar de ti.
Abro los ojos y no te veo.
Abro las piernas y todo va naciendo. Sin desayunos necesarios para empezar bien el día. Sin silencios incómodos ni incómodas posturas. Sin miradas en otras partes ni partes a mitad. Sin el cielo arriba y la tierra abajo.
Las manos entre tanto contándose secretos. Las bocas no se cierran. Todo lo demás tampoco.
No es necesaria la oscuridad para serlo todo y más. Ni tampoco para sentirse como en un tercer planeta. Empezando desde la cuarta estrella fugaz de la calle tu muslo hasta la órbita de tu rodilla, me faltan vidas para estallar. Choque de materias, de infinidad, de hacer y por hacer.
Nacemos desde el final, desde el vértice del clímax vital, desde nosotras.
Buenos días (lo más bueno de ellos ya lo tengo)
A las 0:53 justas, Erika está tras la puerta, con los pies fríos y el cuerpo rígido, formando una o ovalada con sus labios, escuchando palabras de sus padres que no conoce.
Un minuto después, Insomnia, que es lo contrario a insomne, comienza el tercer sueño y el primero sin Oniria, quien está escribiendo esto.
Te dejo la piel mudada de mi alma en aquella alfombra. No es necesario que la conserves; ojalá la quemaras junto con parte de tus muñecas sólo para que sintieras un costado de mi pasado dolor.
Las cosas bonitas las he maldecido y se han convertido en un ejercicio de memoria sensitiva. Las desprendo en forma de lágrimas. Se evaporan. Se respiran lejos de mis renovados pulmones, y se esfuman en un suspiro.
El resto de heridas son menos que mis lunares y más odiadas.
¿Qué más queda? Tú morirás hoy.
Constantemente me preocupa la temperatura que hace a 2587km de mi cama, los horarios de los trenes que jamás cogeré, las vidas imposibles que jamás viviré, los campos lejanos que no atravesaré.
Ya en la noche es todo menos de fuera.
Conocí a Simone un domingo odioso. Tenía el pelo corto, más corto de lo que a los chicos gustaba. Era por ello, y por otras tantas manías confesadas entre cafés vieneses, que Simone no buscaba el amor en hombres.
La estorbaban sólo con su humilde presencia. Los maldecía a veces y a voces, y yo siempre me reía cuando esto sucedía.
Resultaba que Simone era una completa experta en cocinar, o eso me demostró un día, un sólo día en el que Simone fue más cordial que nunca, y yo tan estúpida como siempre.
Cocinó un plato que me negué a probar, y esto ofendió tanto a Simone, tanto, tanto, que incluso pareció más vieja. Más vieja que no más mayor. Porque Simone se enfadó muy pocas veces en mi vida, pero cuando lo hizo, yo pensé mucho. Simone tenía ese efecto en mí, el de hacerme pensar aún cuando las drogas pretendían impedírmelo. Era odioso, tanto o más que el domingo en el que la conocí.
Es bien fácil.
Te enseño canciones, poemas, domingos, vidas que me cubren, y ni con eso eres capaz de escribirme.
(Yo no supiera no hacerlo; he estado mucho tiempo esperándote.)
El negro en las uñas, la muerte más cercana, la madrugada de antes del suicidio y la noche póstuma. El falso infinito en cada extremidad; por cada una de ellas, una absurda historia que no se cuenta en libros. La última carta, la más banal, pues la muerte es gran simplificadora.
El negro en las uñas, vida corrosiva, de la que no se habla, la que se fuma, la que se bebe, consumida en pequeños vicios los cuales no son más que carencias vitales. Es el sabor de una lágrima llorada por muerte, con gusto a ceniza y a flores que se pudren. Es el agua del rocío cuando alguien ha elegido dejar de consumirse en vida. Es el ocultar el color rosado de juventud, ocultar el tejido roto que cubre el ser de una. Es callar a gritos que te vas, que eliges cuándo, que eres más que cobarde, débil, y ellos ignorantes. Lo dices así en tu soledad: "ignorantes", sin reír, sin vida, sin nada.
El negro en las uñas, envejecer por dentro mientras maduras por fuera. Es existir muriendo. Es fingir que desconoces, asustada de lo que conoces. Es buscar arrugas donde no las hay. Es arrepentirse al llegar a la vejez de haberse condenado a una simple intuición interna y no a la sabiduría que el degradamiento físico conlleva.
El negro en las uñas, frío en el amar, lucha diaria. Es aquella madrugada, tan odiada como todo lo demás que florece. Es despedirse justo en lo que tanto hizo sufrir, sólo como manera de contentarse con desvanecerse. Es lo que se esconde en habitaciones, en escritos que jamás serán conocidos. Es una vida más que viene y va, sin que eso importe demasiado. Es que vivir sólo importe de más cuando somos jóvenes y se pierda importancia conforme avanzas en una línea estúpidamente vacía. Es no ser recordado más que por hija de, y aquella que conocí. Es no entender quién podría renunciar a la vida y odiar no saber el por qué, temiendo tropezarte sin querer con ese deseo y entonces sentir que el resto de cosas vitales carecen de real sentido. Es no despedirse, pues sabes que no te irás de nadie hasta que no se vayan ellos antes, y entonces no importarán las despedidas.
El negro en las uñas, latir en silencio, vivir muriendo.
La camisa por fuera,
advirtiendo el pasado deseo,
las manos entre libros,
por no querer pensar de más
en versos y camas
que comparten razón de ser.
Los besos escondidos,
el alma toda llena,
el viento por venir
y contar cómo te vio,
los pies fríos
lejos de abrazos.
Los pantalones húmedos
de pasión contenida,
la piel caliente
de caricias rápidas,
el corazón solo
recién despierto.
La mirada ausente
todavía esperando,
la boca suave
de sabor tuyo,
la vida entera
en un sólo encuentro.
Y cuando viene el desconocido
susurra mal,
y un pálpito en el pecho
me dice "sal",
y todos los secretos saliendo van.
Danzando y de mientras
odiándote,
sufriendo por tu vida
pensándote,
temiendo que te griten,
cuidándote.
Te protejo sin que sepas,
sin ni siquiera hacerlo,
con la ira en las legañas,
pasajera y pensativa
decidiendo a quién callar,
a quién maldecir.
Decido esperar a que vuelvas a tu sitio
y me cuentes sin decir nada
qué tanto son tus cosas
que inundan este, mi yo,
que a veces mío y otras hueco,
pero siempre tuyo, amor.
Por esas lágrimas que escuecen, de entretiempo, de debajo de las mantas, que pican, que no caen por las mejillas y que se clavan entre las pestañas y no dejan ver, las mismas que borras con los dedos de manera dramática sin que eso importe, cerrando fuertemente los ojos, tratando de cerrar con ellos todas las demás cosas. Y una se cansa, y viene el frío... Y escuece, escuece en las entrañas.
He creado un perfume
de hoja en el asfalto
ansiando la tierra oculta
al compás de los latidos de los motores
despidiendo los latidos de las raíces
muriendo perdida
en vida que nace de ella
que muere sin ella
y que vive olvidándola.
He creado este perfume
para olerlo entre nubes
en el campo
donde caminas
y caminas y vives
y libre te sientes
entre árboles y flores
y abejas que mueren,
mueren en vida
por la hoja aquella en el asfalto
que ansía su tierra
y su tierra está oculta,
oculta en los corazones
con latidos de motor
que viven olvidándola
y que morirán sin ella.
Lo he creado por los campos
por la libertad robada
por los motores que olvidan
por los asfaltos que ocultan
por las hojas que se pisan
por las raíces que ya no laten
por las nubes que observan
por las abejas que mueren
por los árboles que lloran
y por ti y por mí
que respiramos
que olemos
que caminamos
que no viviremos sin ella
y que moriremos de querer
y no de olvidar.
Escuchando Forget her, escondida en alguna parte, deshaciendo nudos imposibles, intentando aceptar una realidad que suelo negar a quién sabe quién entre palabras fuera de lo común, expresiones por encima de las que me conducen hasta el instituto cada mañana, tratando de encontrarme en cada media, en cada chaqueta, en cada camiseta que llevo, huyendo de mis inseguridades que me persiguen hasta llegar a lo más desnudo de mí, a aquello que nace de mí hasta cuando yo no quiero, creciendo con cada pequeño paso, notando el frío suelo a través de mis calcetines, buscando un pinta uñas negro que diga de mí más que yo por las noches, esperando que suene aquella canción, aquella señal que me indique que es la hora de abandonarse y de romperse por un momento, casi literalmente, apagando cada pensamiento, recogiendo lo que hoy he perdido de mí misma, comprendiendo lo que no comprendo, calentando mis manos, enfriando mi corazón, siendo más yo, metiéndome en mi subconsciente, sacando todo aquello que me bloquea y me encierra en una cárcel anti-deshinibición, resignándome a dormir cada noche sin ser leída, sin esperar que eso importe, esperando que eso importe y que alguien corra tras de mí gritando que se me ha caído la sonrisa y que todas las conversaciones deberían terminar con un beso cuando es muy de noche y Nerea, que a veces se cansa de ser Nerea, está triste y no quiere estar sola pero se obliga a estarlo, a escuchar Forget her y mil más, y escribir para ella hasta siempre jamás.
Huele bien. No huele a nada, pero huele bien.
Un nudo en la garganta que baja hasta el pecho y se libera en forma de suspiro con la primera nostalgia en forma de música que se adentra en lo que nadie parece ver.
Alguien ya ha dejado de contar sueños.
En el quinto piso se encuentra Erika, rota de sueño, cansada de mirarse al espejo y de no sentir nada. Desde hace dos días y medio se encuentra dispersa. A menudo roza los edificios con sus dedos mientras vuelve a casa en silencio, sin encuentros que activen su inseguridad y pongan en tensión cada músculo de su cuerpo. Sin casualidades innecesarias, sin falsas esperanzas de volver a quererse al menos durante una tarde.
Mira sus zapatos, sus mil y una historias que albergan, sus más de quinientos besos, y otras tantas caricias que vienen de allá, de no sabe ya dónde. Y Erika entonces se viste de negro, pinta sus emociones y nadie parece sentirse identificado. Ella prepara con cariño un sitio especial dedicado a reclamaciones por aquello que ha dibujado, por aludidos que quieran quejarse, por no aludidos que quieren entrar en ese pequeño mundo reflejado en forma de óleo, por errores cometidos en caricaturas sentimentales y otras cosas que le preocupan y le conciernen. Erika, consecuente, dedica todo un día a recibir visitas. Y nadie aparece. Apaga la luz por última y primera vez, y entonces Erika corre. Corre dejando atrás árboles, miradas, canciones tristes y escalofríos. Corre tanto y siente que con cada paso vuelve un minuto atrás. Y después de correr durante horas se va sintiendo mejor. Corre tan rápido que poco a poco va haciéndose más pequeña, más invisible, más de nadie.
Hasta que Erika desaparece.
Desconocidos, interesados, observados, llamados, solicitados, esperados, atraídos, sorprendidos, gustados, contados, incomprendidos, separados, explicados, queridos, felices, pensados, afortunados, pacientes, intranquilos, soñados, cuidados, conocidos, confiados, amigos, confesores, saludados, distanciados, nerviosos, inesperados, inquietos, colgados, sonrientes, felices, enamorados, conocidos, abrazados, vistos, tocados, besados, sentidos, mirados, cómplices, juntos, despedidos, llorados, impotentes, separados, pacientes, ilusionados, seguros, fieles, deseados, amantes, idolatrados, felices, juntos, soñados, escuchados, cantados, distanciados, pacientes, esperados, encantados, vividos, sollozados, fantaseados, enfadados, reconciliados, distantes, sentidos, complacientes, sumisos, consumidos, renacidos, cuidados, pacientes, juntos, felices, queridos, pensados, tocados, sentidos, besados, abrazados, ilusionados, perdonados, dolidos, desencantandos, pacientes, impacientes, distanciados, felices, despedidos, rotos, infelices, separados, queridos, amados, llorados, queridos, amados.
Fin
Creo noches vacías, noches queridas y pequeñas, tan poco escuchadas y hechas para pasar frío. Para besarse mucho tiempo y alegrarse de haber venido. Noches azules y con el miedo en las uñas. Con las ganas de sentarse y quedarse allí por mucho rato, tanto rato que la nariz se congele y el viento se apague, y puedas observar cada cambio, puedas observar cómo aquel árbol ha perdido hoy dos hojas y cómo aquel banco ha sufrido hoy tres rupturas, dos risas y cuatro abrazos. Noches que se escriben, noches que nadie cuenta, en las que existe una protagonista y un antagonista y ambos se quieren y bailan juntos, casi quietos, y no hay desarrollo ni final. No hay nada más que frío entre sus manos y entre sus ojos. Se miran a lo lejos, casi cerca, tanto como sus cuerpos, y alguien sopla y el cabello de ella se mueve. Aparecen entonces escritas en el aire y en el viento tantas, tantas imágenes y tantas historias que nadie dice nada. Todos se quedan callados. Todos lo saben.
Nadie sabe cuándo, pero hay algo, algo entre cada banco, en aquella esquina, en aquellas escaleras que se escapa de todo y crea magia, crea aquello que aparece en los ojos de la protagonista cuando mira al antagonista.
Y yo creo también. Creo noches en las que ambos tienen frío, y se besan en aquel banco. Y el azul ilumina los ojos de él y el negro tiñe las uñas de ella.
No van a luchar por ti, me dijo. No van a correr y a recitarte lo que siempre has esperado escuchar. No van a hablarte de soluciones, ni siquiera te preguntarán por tus problemas. Los temporales vienen y van, y vas a desear que se queden tanto que memoricen tus pupilas y la forma de cada una de tus pestañas. Y vas a querer que conozcan cada gesto y que sepan cuándo preguntar en qué piensas. Pero van a mirarte y se reirán, te aseguro que se reirán. Bailarán por la noche y les verás en sus mejores días. Van a cogerte de la mano, van a contarte sus traumas y después van a escuchar cómo lloras. Van a abrazarte fuerte al ver tus cortes y después se apartarán asustados y llorarán. Ellos necesitarán estar solos y tú les mirarás atónita esperando la señal para existir. No llamarán a tu timbre y no les contarás cómo se moja tu pelo un martes por la tarde al salir de casa. Pero son y serán, y serás con ellos. Y se irán. El tiempo desencantará las palabras. Os querréis y adiós. Y el día seguirá y ellos contigo, pero tú sin ellos. Hasta la salida, y esa caricia en la espalda, y sabes que sólo puede ser suya. Hasta por la noche. Los temporales desamanecerán.
Nadie desea saber en realidad por qué llora. Nadie quiere llenarle el vacío que siente cuando su casa se llena y ella no llega a tiempo. Nadie quiere entenderla queriendo saber qué pasa por su cabeza.
Pero Nadie se fue hace tiempo por quererla demasiado y aún no ha vuelto a abrazarla de verdad.
Una vez creí conocer tu cara.
Una y tan solo una creí verte.
Y mil doscientas creí escuchar tu voz. Y recordarla es otra historia.
Cada noche y cada minuto en vela, a oscuras, con toda la noche en mi ventana entrando por los huecos de mi alma te he pedido y te he dicho otras muchas cosas también. Nos hemos visto a lo lejos. Tú eres horizonte, y eres aquel sol y aunque sólo hay uno eres aquel porque eres mucho más que él, mucho más que todo, querido. Eres solemne y eres quieto, y seguro que muchos te conocieron y te quisieron.
Yo te hubiera adorado más, te hubiera mirado más que ahora si siguieras entre mis cumpleaños. Yo ya no tendría confesor, ni tampoco mi Él, ni otras muchas lágrimas que se evaporan, se acumulan, se lavan, se viven y ya no están, como tú. Eres mucho más que un nombre, y más que un hombre también. Eres muchas cosas que nadie sabe. Eres como mi consciencia, estás dentro pero fuera, y a veces creo recordarte tanto que te tengo cerca, y es por eso que te hablo cuando me desespero, cuando algo se va a escapar, cuando no puedo con tanto peso sobre mí y siento que mi cama va a romperse. Cuando tantas preocupaciones me abordan y jamás duermo. Cuando soy niña inquieta y todos me miran y me llaman tranquila. Cuando se les escapa ese gesto, y mis dedos mordisqueados. Y sangre aquí y allá. Los ojos rojos, pero no de verte. En vida sí me hubieras cansado, y te hubiera abrazado poco. Y mi corazón no latiría jamás al pensarte.
En vida te me hubieras hecho tan grande que no te hubiera visto jamás. Me hubieras encantado tanto, tanto en vida.
En muerte a penas eres conversación. Y por las noches es otra cosa. Eres más que mi oración. Más que mis súplicas. Más que eso eres, y todo lo demás también. Eres y tanto que eres que no me cabes en tan pocas líneas.
Y es por eso que no creo en ningún Dios. Porque te he conocido.