sábado, 30 de agosto de 2014

Dos palabras

Intentar retratar en unas palabras todo lo que pasa por mi interior desde que te recuerdo hasta que se dibuja una sonrisa en mi cara me resulta imposible.
Llevo un camino a casa en autobús y mil de vuelta a ti tratando de crear nuevas palabras que te definan. 
Si soñara contigo creo que despertaría sólo para poder verte con mis propios ojos. Luego me dormiría deseando volver a tenerte en mis sueños, y cada vez que volvieras a aparecer de mil formas yo intentaría despertarme y abrazarte, y así pasaría la vida en mi cama mientras buscas canciones que no existen. 
Las crearemos nosotros, todas. Las haremos y nadie más podrá escucharlas. 


¿Qué te puedo enseñar yo sobre el amor? Soy un desastre. Llevo tiempo sin hablar de él sin que todo se vuelva negro. Lo deseché en cuanto me vino grande. Lo devolví, con el recibo roto y mi corazón arrugado. Y ahora ya no sé qué es esto. Trato con cada punto de separarme de mí misma y mirarme desde fuera a través de la canción que escucho y que te enseñé cuando estábamos cerca de estar lejos. Trato de existir contigo y sin ti. De reexistir en este parque, en este banco, y en el de allá, aunque haga frío. 


Que un cigarro puede matarte me lo enseñaste tú. Matarte de querer besarte. Entre anécdotas y miradas y aquella mano que por primera vez me tocaba de verdad, yo te veía fumar. Veía cómo se consumía la noche y aquel cigarro al mismo tiempo desde mis prismáticos, sentada en la azotea del edificio aquel (¿lo ves?).
Y nadie más nos veía. Creo que nos tapaban el mar y las horribles luces que apagamos un par de veces. Mientras fumabas mis ojos se deslizaban desde tus labios hasta el humo del que te deshacías. Y yo pensaba lo sencillo que era dejar que algo entrara dentro de ti. No me levanté pero algo de mí lo hizo y se sentó en aquel bordillo. Y pensé mientras me giraba para mirarte que si hubiera podido crear una escena nuestra hubiera sido en un tono azul oscuro pero nostálgico, en la habitación de algún hotel, a cualquier hora de la madrugada, abriéndote a escondidas, dejándote pasar a un sitio que ni siquiera era mío. Yo en pijama, y tú sin fumar. Y te hubiera sonreído como sólo se puede sonreír cuando sabes que tienes que estar ahí con esa persona, y tú me hubieras sonreído de la manera más dulce que jamás he visto. Esa sería nuestra escena si nosotros fuéramos una escena. 
Volví a sentarme junto a ti del todo, y ya habías terminado de fumar.


Si llueve, nos encantará que llueva. Tú saldrás con un paraguas aunque sólo sea para mí y yo te diré que me gusta mojarme. Y me rodearás con tus brazos y te reirás. No habrá casi gente en la calle y nos alegraremos de ello. Besarás mi pelo cuando no lo espere y yo cerraré los ojos sabiendo que aunque me cayera al suelo tú lo harías conmigo y después secar nuestra ropa sería mucho más divertido que volver y cerrar el paraguas. Un paraguas rojo, o negro o azul o multicolor o incluso sin color. ¿Qué más da? (Podemos inventar colores sin color).


Con tus ojos en blanco y negro me has enseñado que hay cosas que no hay que verlas, sino sentirlas, para que sean de verdad. Y que hay lágrimas de sabor agridulce que con una idea a las cinco de la mañana se pueden secar. 


Y esperarte. Creo que llevo esperándote desde siempre. Ahora sólo quiero encontrarte.


Hoy te has ido después de vernos a través de otros. Tenías prisa y has besado mi frente durante menos de un segundo. Yo iré a bañarme mientras escucho la misma canción que me despertó en Barcelona y me hizo quererte más. Porque llevo deseando decírtelo desde hace muchos sentimientos y no sé cuál será el definitivo para atreverme a pronunciarlo. Quise hacerlo en nuestra despedida, pero con una maleta en la mano nunca se puede querer de verdad. Y ahora que sólo me lees, estaría de menos que lo pronunciara cuando fuera. Pero quiero gritarlo, dibujarlo, fotografiarlo, desnudarlo a cada momento. Te pienso y me arden en el pecho, dos palabras que se sienten sin sentirlas y que a veces cuando nos hemos mirado de noche a través de nuestros corazones las he creído leer en tus ojos, y todo me ha dado tantas vueltas que he tenido que decirte "calla". 


Esta noche, después de todo, te esperaré sólo un poco, lo justo como para querer tirarme encima de ti y besarte tanto que me ría mucho y tú te preguntes por qué me río. Me río porque lo hago, porque lo siento, porque llevo tanto tiempo sin esto, sin sentir esto, que tengo que reírme o moriré de felicidad. Me río porque sabes cómo besarme y sabes cómo sonreírme cuando te sonrío, y porque te conozco cuando te miro a los ojos. 


¿Eres tú? Lo pienso cada poco. 


Quiero decirlo ya, quiero escribirte hasta morirme y que en cada frase aparezca escrito. Necesito dejar de pensarte para dejar de pensar en que lo hago, en que no sé qué palabras inventar para decirte algo diferente a ello que me calme, porque creo que cuando te lo diga ya no habrá vuelta atrás y seré tuya para siempre. Llevo reservando esas dos palabras desde hace tantos sentimientos que ya no recuerdo qué era decirlas. Pero las siento, en la garganta, en los ojos cuando lloro y te miro, en las manos cuando te escribo palabras similares que espero que traduzcas y entiendas mi mensaje real, en mis pies cuando camino por casa y siento que en cuanto me gire vas a estar mirándome y diciéndome algo que siempre he querido escuchar.


Y cuando terminaste de fumar, me besaste. Y desde entonces los besos tienen otro significado en mi diccionario personal. Y desde entonces te recuerdo con todas mis ganas, con todo mi ser. Mientras te recuerdo, vivo. Y ahora que no estás por un momento, lates dentro de mí.


Qué podría hacer sino escribirte, mi amor.

jueves, 28 de agosto de 2014

Barna: 27

Quiero meter este día en un frasco y hacer de él un perfume.
Quiero fotografiarlo y que sea por siempre foto, imperecedero y absoluto.
Quiero grabarlo y reproducirlo cada día, y que cada día sea como este día de hoy, y vivir por siempre en él.

Sin fin.