jueves, 4 de agosto de 2011

Sh

Se siente frío aquí. Hace rato que las luces se han apagado. Me encanta ese olor a húmedo que las paredes desprenden. No te podría decir dónde estoy ni aunque me lo pidieras de la forma en la que sabes hacerlo. Estoy escondida. No, mejor. Estoy fuera. Sí, fuera, ¿fuera de qué? Fuera de nada. De ti, y de mí. Aunque nunca haya estado dentro realmente. Estoy fuera. Lejos, bastante lejos. Lejos de ninguna parte, que casualmente, coincide con dónde tú estás. No es casualidad. Llevo buscando ese lugar muchos años. En treinta segundos podría resumirte qué es un mí sin un tú, o sin el nosotros que siempre he buscado en cada punto de las frases que me dedicabas. Y por desgracia, nunca las terminabas. Por eso tú sobrevives; por eso yo existo. En cualquier caso, sé que puedo buscarte más allá de dónde estés. Sé que no estás realmente donde crees estar. Sé que podría taparte los ojos y que tú sabrías quién soy. Te lo cuento porque hace días que perturbas mi espacio. Y eso que sólo me ilumina una lámpara apenas útil. Y nada más. Y ya está.

Por eso, que tu presencia vuelva a mí, es algo que me inquieta. Sólo tú consigues que cualquier cosa que me pase, sea inferior a lo que provocas en mí. Pero eso posiblemente me guste. Como también me gusta sentir mis pies descalzos, y esa sensación de abandono y de soledad que siento al rozar el frío suelo con mis dedos.


Dejo de escribir aquí. Alguien viene.

sábado, 30 de julio de 2011

Soy grito y soy cristal.

Camino entre tu pelo. Trepo por él de forma inocente. Desconfío. Hace tiempo me hice daño por culpa de algunos nudos en mi corazón. Pero sigo el camino. Quizá sea por tu sonrisa o por tus ganas de darme la vida cada minuto, pero creo que este viaje no terminará ni en el nunca jamás. Sólo espero que sea así todos los días. Que si se crean nudos, los creemos juntos, y que si haya que desenrredarlos, lo hagamos juntos también. Pero de momento, seguiré caminando.
¿Y si llueve? Si llueve posiblemente mis ganas de hacerte sentir se desvanezcan y se pierdan entre el horizonte como las gotas de lluvia que ahora mis manos acarician. Gotas que se despiden dulcemente.
Pero de momento el cielo está despejado. O eso quieres hacerme creer. Tú y tu manía de ocultar las partes malas de las cosas... Pero me encantan tus manías. Me encantan tus defectos. Los adoro. Sé que sin ellos no podría vivir. Que seas más cabezón que yo sigue pareciéndome sencillamente increíble.
Así que aquí estamos. Yo, como siempre, en una parte de ti. Te toco, te siento. Amo hacerlo. Y tú, ocultando que posiblemente llueva. Y sí, llueve. Llueve, hace semanas que no deja de llover. El amor es ciego, y eso es lo que me has hecho sentir. Y sólo cuando creo no sentir amor por ti, me doy cuenta de que ni la lluvia más densa, ni la distancia más infinita podría romper lo que has hecho que sienta en este camino. Así que sí, posiblemente mis ganas de hacerte sentir se hayan desvanecido, y posiblemente estas cálidas gotas que pesan cada vez más marquen una etapa en mi camino hacia tu vida. Pero también sé que ningún obstáculo será superior a lo que me haces sentir cuando me besas.
Y seguiré el camino, aunque tu pelo esté húmedo y me cueste caminar. Seguiré, porque dentro de un tiempo, no sé cuánto, no importa, se secará. Y entonces, llegaré al final de este camino, que no es más que el principio de todo.

viernes, 15 de julio de 2011

Para no olvidar

                                                             Castellón, domingo 10 de julio, 17:18:28





Me tumbé. Observé con atención cómo la madera del techo dibujaba imágenes abstractas que antaño posiblemente habría ignorado, pero que en ese momento centraban mi absoluta atención. Bostecé varias veces, pero no quería dormir.
Y entonces empezó a sonar aquella canción. Aquella que hacía tiempo había protagonizado mis tardes más lóbregas, mis lágrimas más dolorosas. En definitiva, una etapa que había dejado atrás y había intentado olvidar.
Sonaba con fuerza y a la vez con una delicadeza  propia de las sensaciones que provocaba en mi corazón. Suspiré un par de veces.
Me hacía recordar aquel duro invierno por el que pasé. Un invierno, que mientras vivía, sentía que jamás acabaría. Sentía que el frío de mi cuerpo, procedente más que del propio tiempo, del miedo y la inseguridad que atravesaba por aquel entonces, no cesaría hasta pasadas muchas noches de insomnio y muchos paseos por la playa. Quién sabe cómo, lo superé. Lo quise dejar atrás. Claro que, para decidirme a decir adiós a aquel invierno, antes tuve que pasar por demasiadas cosas. Cosas que tardaría miles de minutos de besos en superar.
Jamás fui consciente de lo que aquello supondría. Sólo deseaba vivir ese momento, sólo deseaba que mi voluntad se cumpliera, y estaba dispuesta a pasar por lo que fuera por ello. Es extraño cómo ahora entiendo perfectamente qué me sucedía y por qué me hacía ese daño, pues entonces, no sabía lo que hacía ni por qué lo hacía. De aquello saqué tardes oscuras, saqué conversaciones interminables conmigo misma, saqué explicaciones innecesarias a personas inapropiadas, saqué arañazos en mis brazos, incluso sangre, saqué odio hacia mí misma… Pero también aprendí a quererme, aprendí a no equivocarme, aprendí a evitar querer a la persona inadecuada, aprendí que el tiempo ponía a cada uno en su lugar, aprendí que de los errores se aprende, aprendí que no hay nada, absolutamente nada, que el tiempo no cure. En definitiva, gané infinito más de lo que perdí.
Supongo que por eso mismo, entiendo por qué hoy en día, aún recuerdo aquel invierno con claridad. Por mucho que quiera, necesitaré demasiados años y acontecimientos para olvidarlo. Acontecimientos mucho más importantes que algo como aquello. Pero eso es algo con lo que he aprendido a convivir. No es malo. Simplemente está ahí. Simplemente sé que una vez a la semana sonará la canción que aun escucho, y sé que entonces dedicaré algunos minutos a recordar esto. También sé que esto tardará en desaparecer de mi cabeza lo que tarde en ocurrir algo en mi presente, ya que el presente siempre estará por encima del pasado, lo quiera o no, y aquel invierno, afortunadamente, pasó a formar parte del pasado más lejano que puede existir para mí.

viernes, 10 de junio de 2011

Existir

Pequeña y constante. Continua y sonora. Como si de una música perpetua se tratara, permanece en mi corazón. En lo más profundo de mis sentidos, allí donde todo es de otra forma. Casi puedo tocar lo que escucho, ese sonido que revela algo en mi interior y que hace que mi corazón lata con fuerza; silencioso pero rítmico. La base casi parece hecha para mí. Deslizo mis emociones, acaricio mis lágrimas, respiro mi sonrisa, amo la profundidad de este sentimiento. Hago mía la sencilla melodía que perdura en mi alma. La toco, la miro, la envidio. Aún despierto, en la madrugada, con la sensación de escucharla en mis oídos. Y como cuando cierro los ojos, me evado del mundo, cuando escucho el sonido de mi vida, te recuerdo y entonces, repito débilmente con mis ojos tristes lo que mis manos no pueden tocar. Y, antes de que deje de recordarte y de que mis ojos dejen de verte, tú me habrás transportado a cualquier otra parte, sabiendo con seguridad que eso jamás me puede hacer sentir viva. Junto con las últimas notas de mi canción, tranquila y eterna, mía y de nadie más, tú te vas y me llevas contigo, sin querer, delicadamente, sin ser consciente de que eso es lo que necesito. Podría fundirme con la calma que se adueña de tu boca si me lo permitieras, al igual que lo hago cada vez que escucho la melodía que me ha hecho nacer, la que siempre ha existido pero, sin embargo, la que nunca he podido escuchar. Quizá he malgastado todo este tiempo en buscar el dolor que se desvanece con cada espejismo reflejado en mi corazón, para encontrarlo y transformarlo en ganas de hacer ese espejismo real. Y tú... tú nunca sabrás ni tan siquiera, lo que sufren mis ganas de sentir por ti. Me duelen las lágrimas de tanto secarlas, me pesan las manos de tanto acariciar mi corazón, me duelen los pies de tanto hacerlos llevar todo lo que nunca te has llevado de mí. Pero sé que todo esto puede tardar en desaparecer lo que dura la melodía de mi vida, esa que nunca podrás escuchar, ya que vive en mí... y tú ni siquiera sabes quién soy.

                                                                                                                             ~