sábado, 30 de julio de 2011

Soy grito y soy cristal.

Camino entre tu pelo. Trepo por él de forma inocente. Desconfío. Hace tiempo me hice daño por culpa de algunos nudos en mi corazón. Pero sigo el camino. Quizá sea por tu sonrisa o por tus ganas de darme la vida cada minuto, pero creo que este viaje no terminará ni en el nunca jamás. Sólo espero que sea así todos los días. Que si se crean nudos, los creemos juntos, y que si haya que desenrredarlos, lo hagamos juntos también. Pero de momento, seguiré caminando.
¿Y si llueve? Si llueve posiblemente mis ganas de hacerte sentir se desvanezcan y se pierdan entre el horizonte como las gotas de lluvia que ahora mis manos acarician. Gotas que se despiden dulcemente.
Pero de momento el cielo está despejado. O eso quieres hacerme creer. Tú y tu manía de ocultar las partes malas de las cosas... Pero me encantan tus manías. Me encantan tus defectos. Los adoro. Sé que sin ellos no podría vivir. Que seas más cabezón que yo sigue pareciéndome sencillamente increíble.
Así que aquí estamos. Yo, como siempre, en una parte de ti. Te toco, te siento. Amo hacerlo. Y tú, ocultando que posiblemente llueva. Y sí, llueve. Llueve, hace semanas que no deja de llover. El amor es ciego, y eso es lo que me has hecho sentir. Y sólo cuando creo no sentir amor por ti, me doy cuenta de que ni la lluvia más densa, ni la distancia más infinita podría romper lo que has hecho que sienta en este camino. Así que sí, posiblemente mis ganas de hacerte sentir se hayan desvanecido, y posiblemente estas cálidas gotas que pesan cada vez más marquen una etapa en mi camino hacia tu vida. Pero también sé que ningún obstáculo será superior a lo que me haces sentir cuando me besas.
Y seguiré el camino, aunque tu pelo esté húmedo y me cueste caminar. Seguiré, porque dentro de un tiempo, no sé cuánto, no importa, se secará. Y entonces, llegaré al final de este camino, que no es más que el principio de todo.

viernes, 15 de julio de 2011

Para no olvidar

                                                             Castellón, domingo 10 de julio, 17:18:28





Me tumbé. Observé con atención cómo la madera del techo dibujaba imágenes abstractas que antaño posiblemente habría ignorado, pero que en ese momento centraban mi absoluta atención. Bostecé varias veces, pero no quería dormir.
Y entonces empezó a sonar aquella canción. Aquella que hacía tiempo había protagonizado mis tardes más lóbregas, mis lágrimas más dolorosas. En definitiva, una etapa que había dejado atrás y había intentado olvidar.
Sonaba con fuerza y a la vez con una delicadeza  propia de las sensaciones que provocaba en mi corazón. Suspiré un par de veces.
Me hacía recordar aquel duro invierno por el que pasé. Un invierno, que mientras vivía, sentía que jamás acabaría. Sentía que el frío de mi cuerpo, procedente más que del propio tiempo, del miedo y la inseguridad que atravesaba por aquel entonces, no cesaría hasta pasadas muchas noches de insomnio y muchos paseos por la playa. Quién sabe cómo, lo superé. Lo quise dejar atrás. Claro que, para decidirme a decir adiós a aquel invierno, antes tuve que pasar por demasiadas cosas. Cosas que tardaría miles de minutos de besos en superar.
Jamás fui consciente de lo que aquello supondría. Sólo deseaba vivir ese momento, sólo deseaba que mi voluntad se cumpliera, y estaba dispuesta a pasar por lo que fuera por ello. Es extraño cómo ahora entiendo perfectamente qué me sucedía y por qué me hacía ese daño, pues entonces, no sabía lo que hacía ni por qué lo hacía. De aquello saqué tardes oscuras, saqué conversaciones interminables conmigo misma, saqué explicaciones innecesarias a personas inapropiadas, saqué arañazos en mis brazos, incluso sangre, saqué odio hacia mí misma… Pero también aprendí a quererme, aprendí a no equivocarme, aprendí a evitar querer a la persona inadecuada, aprendí que el tiempo ponía a cada uno en su lugar, aprendí que de los errores se aprende, aprendí que no hay nada, absolutamente nada, que el tiempo no cure. En definitiva, gané infinito más de lo que perdí.
Supongo que por eso mismo, entiendo por qué hoy en día, aún recuerdo aquel invierno con claridad. Por mucho que quiera, necesitaré demasiados años y acontecimientos para olvidarlo. Acontecimientos mucho más importantes que algo como aquello. Pero eso es algo con lo que he aprendido a convivir. No es malo. Simplemente está ahí. Simplemente sé que una vez a la semana sonará la canción que aun escucho, y sé que entonces dedicaré algunos minutos a recordar esto. También sé que esto tardará en desaparecer de mi cabeza lo que tarde en ocurrir algo en mi presente, ya que el presente siempre estará por encima del pasado, lo quiera o no, y aquel invierno, afortunadamente, pasó a formar parte del pasado más lejano que puede existir para mí.