jueves, 28 de mayo de 2015

Desceu pelo rio, da terra pro mar

Te echo profundamente de menos.
No dejo de sorprenderme mirándote a lo lejos, haciendo cualquier tontería esperando a que me mires, siempre admirándote. Siempre esperando algo, cuando esperar está de más.
Ya mis huesos avecinaron una despedida dolorosa que cicatrizaría en meses.
Y ahora cuelgo tus buenas noches, lavo mi cuerpo de tus besos que aún resuenan si me tocan la cara. Cuando me miran de verdad aún está tu nombre en mis ojos, y nadie lo entiende bien. Y si me abrazan sé que podría oler a ti, que memoricé tu forma de mantener tu cuerpo con el mío lo más cerca posible. Y luego cuando me desabrazan yo tengo la mirada triste, siempre triste. Siempre se me cae el corazón del pecho y lo recojo sin querer, tropezándome con tus manos que ya se van. Tus manos que salen de mi casa por la ventana de la terraza en la que tanto nos hemos besado.

Encajo mejor el dolor si me obligo a olvidarte cada vez que me vienes a la cabeza. Pero nunca he querido olvidarte desde que entraste en mi vida, y ahora eso tampoco cambiará. Hasta nuevo aviso mis manos están esperándote en el suelo, recogiendo lágrimas, canciones, desayunos en la cama y cenas en el sofá.

Estabas instalado en mi rutina como lo está el sol en el cielo. Ahora escucho canciones y no puedo evitar imaginarme en ese autobús yendo y viniendo hacia ti. Con la esperanza en los ojos, bañados en ilusión a la ida y en lágrimas a la vuelta. Voy a echar de menos esos viajes hasta que llore todo lo que me duele que se haya acabado algo que construimos a kilómetros de distancia. Todo eso que ahora borramos en solitario, sin decirnos nada, sin mediar palabra, sabiendo que el uno cada vez va a pensar menos en el otro, y que el adiós está a la vuelta de la esquina.
Yo recorreré, si me lo permites, esta última calle de nuestra historia con mucha lentitud y buscando huecos de luz. Todo eso hasta que deje de tener tus ojos clavados en mi clavícula izquierda, hasta que olvide cómo besas y cómo has recorrido mi cuerpo con tu dedo índice, hasta que pueda quitarme de la cabeza cómo caminabas y cómo me cogías de la mano, y cómo te quería después de besarte y comerte con los ojos. Y desear que estuvieras en mi cama todas las horas que me quedaban.

Y eso que nunca pensé demasiado en el futuro a tu lado. Entonces era algo que me preocupaba. Ahora simplemente tengo la certeza de que disfruté cada segundo contigo, aún cuando dormía mal y poco y tú no decías mucho. Aún así yo tenía un presente tan grande a tu lado que nunca visualicé el futuro demasiado.

Memoricé también todas las cosas que me gustaban de ti. Todas las cosas que sabía que jamás iba a encontrar en otra persona. Las memoricé porque te quería con tanto amor que no podía hacer otra cosa más que estudiarte. Pensarte, imaginarte, mimarte, admirarte. Y ahora todas esas cosas están en cada centímetro de mi cuerpo y no me llevo bien con ellas.
Echo azúcar en cada café para que esté menos amargo. Para intentar endulzar algo en este destiempo. Intentando endulzar también tu recuerdo y hacerlo menos difícil de beber.

Te hubiera contado tantas cosas. Te hubiera abrazado tanto en este mes sin ti. Te hubiera enseñado tantas canciones que me recuerdan a ti aunque las escuche por primera vez. Te hubiera querido más, aún doliéndome, Te hubiera seguido queriendo más y más como inevitablemente sigo haciendo.

Ya dejaré de escribirte. Ya me obligaré a dejar de recordarte con tanta ternura. Ya dejaré de esperarte.

Mientras tanto vas a dolerme más y más. Y yo no puedo hacer otra cosa más que fumar mientras intento sacarte de mí.

sábado, 23 de mayo de 2015

Noche en líneas (1)

La noche en la que te cambié el nombre tú cambiaste el final.
Me restaste todo lo que había de ti en mí y te sumaste a ti muy lejos. El resultado soy yo en una cama interpretando mi cuerpo vacío de ti. Tratando de entender por qué hay mayoría absoluta de te quiero y minoría de olvídate. No hay pacto que valga.
Ahora voy a curarme en horas de sueño.

martes, 19 de mayo de 2015

Un café para cuatro cigarros

El dolor se olvida.
Y el horror vacui nos hace llenar las páginas en blanco.
Esta se quedará sólo medio vacía. Como yo.

lunes, 11 de mayo de 2015

Quemo hojas con palabras.
Quizás contenidas.
Quizás engañándome.

Cuento lo mismo de nuevo, mismo discurso, diferente audiencia y contexto.
En mi cama que ya conociste.
En un lugar nuevo y extraño a mí.

Sueño con esa carta que no te llegó.
Y con conversaciones pendientes.
Tenía pánico a escribirte.
Y a pensar de más.
Por el daño. Por el amor. Porque odio estas partes de deshacerse de cosas bonitas y de contar por qué se acabó.
He decidido no odiar, no llorar, no mirar atrás y no esperar.
He decidido y elegido vivir, como tú, creo.
Eres ahora para mí un fantasma lejano que me clavó una daga de humo en el alma.
No puedo entender por qué, pero nunca te pediré explicaciones. Te voy a querer incondicionalmente por un tiempo. No puedo hacer otra cosa.

Pero sí, la decepción final me ayuda a que me duela todo menos. Y la vida sólo me dice que sonría y no puedo dejar de hacerlo. Me siento cada día más gigante.

Aunque hoy sí te preguntaría cómo estás y qué pasa por tu cabeza. Lloraría luego, sin querer, inevitable. Y la culpa se va con la noche.

Sé pocas cosas de esto y de lo otro, en conclusión. Pero yo me quedo con todo mi amor y todas las cosas bonitas que aún tengo por decirte. Me quedo con las buenas noches, con los viajes interminables, con la ilusión que me diste. Me quedo con algunas cosas que me enseñaste, me quedo con recuerdos bellos llenos de ternura. Me quedo con lo que más cuesta olvidar, tus besos y tus manos, tu cara, tus caricias, tu voz, tus abrazos y tus miradas.

Ahora a cierta distancia de nuestros días, te digo que lo siento.

Y con lágrimas en los ojos y por si algún día lees esto, te digo que te quiero, David.

viernes, 1 de mayo de 2015

Escribo para mí

Hoy me he dado cuenta de que escribes más que yo. Quizás tú, que compartes eso que escribes sientas que acudes a algo, a alguien. Que quizás ese de allá te leerá o que a tu destinatario le llegará la carta. Yo nunca me he fijado en si escribías o cantabas. En si tenías frío o hacías el ridículo. Sólo me fijé en las despedidas, en hacerlo todo bien, para luego irme mal. En dejar que la ilusión venza a la curiosidad.
Y hoy, fíjate, estoy tras de ti, leyéndote, sintiéndome absurda. No quiero hablar más de nada, no quiero pensar demasiado. No quiero resumir mis problemas ni dar explicaciones.
Voy a vivir tanto que luego pasaré años para escribirlo todo.

Ah, pero de aquí, de esta cabeza, de este escrito, no te mueves.

(Pienso ahora, lejos de todo, si habrá dejado de ser así desde Dublín).