viernes, 31 de agosto de 2012

Nostalgia


Llegar a casa es como descubrir la escena de un crimen. Repasar lentamente cada signo de su presencia. De pronto recuerdas en vez de vivir. Un silencio inunda la casa. Te quema. Lloras. Llorar alimenta el alma, es la comida de la soledad. Nostalgia.
Miras el reloj: llegas tarde. ¿A dónde? A ninguna parte. Sólo sientes que llegas tarde.


sábado, 18 de agosto de 2012

Jag älskar dig

La forma con la que abrazas mis creencias más invisibles, mis experiencias más mudas y mis gestos más pequeños me recuerda que siempre tendré espacio en tus brazos y en tus infinitas noches.
Cuando las sonrisas se vuelven reversibles y se cruzan mil veces y una en mi garganta, se silencian para siempre y nunca vuelven a existir. Piensan por mí y dificultan que pueda caminar y mirarte sin apartarte la mirada. Mi cariño se pierde entre tus gestos. Los suspiros hablan por mí y te preocupan constantemente. Pero vuelves a recogerme, distante pero seguro, sabiendo que por muchos minutos que tardemos en llegar a nuestro reinicio, siempre quedarán manos que coger para atraerte hacia mí y parar la calle durante cinco eternos y sordos minutos. Pero las sonrisas tornan y con ellas mis cuerdas vocales dibujan de nuevo dos siluetas mirándose fijamente. Una enfrente de la otra.
Termina el camino. Volvemos al mismo punto. Seis horas. Y me despiertas. Subes corriendo, te abro la puerta en pijama. A oscuras, en silencio, susurrando. Entonces es cuando vuelvo a tener lugar en tus brazos, olvidamos los después de y las conversaciones imposibles e interminables. Sólo con tus ojos, los míos dejarían de llorar. Tus pupilas se humedecen al rozar mis mejillas.
Te hago sitio en mi cama y cerramos los ojos. Beso en la frente.

Buenos días.

viernes, 3 de agosto de 2012

18

Es este lugar preciso el que perturba mis impenetrables noches en las cuales el sonido más nítido pasa desapercibido tapado por la majestuosa calma que abruma mi ser, y con él, mis oídos.
Es este espacio imperecedero y etéreo a la par el que no deseo a nadie. Esta situación que retomo como quien retoma la minuciosa decoración de un hogar sin acabar y unas habitaciones sin vida.
El sutil brillo de fondo deja entrever los detalles más notorios que desdibujan las delicadezas del paisaje frío y urbano que adormecen mis ojos en cuanto alzo la vista.
Los caminantes que pasean ocupados y ensimismados en sus propios pensamientos golpean sin cesar mi brazo y me devuelven a la realidad constantemente, alejándome de la atenta y suave sensación de estar inmersa en mi mente y mi perplejidad ante tal escenario.
Bajo mis pies, un suelo castigado y mugriento que revela los detalles más escabrosos de las tantas historias vividas y por vivir de aquel emblemático horizonte que apenas es visible entre la muchedumbre y el gentío civil.
Mis pasos concisos perturban la seguridad de los muchos futuros pasajeros que se balancean entre sus propias pisadas y que se distraen con cualquier ocupación, tal como escuchar música o leer cualquier sandez.
Me miran con reparo mientras observan mi vestimenta. Comprueban cada prenda que porto y pronto sus ojos caen en mi sombrero negro para después coincidir con mi mirada furtiva, atenta a cada expresión o gesto de los que me contemplan. No demoran en perder el interés por mí y continúan con su itinerario.
Me dirijo convencida hacia mi destino. Compruebo varias veces el billete que asgo. Lo entrego. Camino sin pausa y me introduzco en el lugar donde pasaré las próximas tres horas.
Anuncian los últimos minutos para entrar. Se cierran las puertas. Comienza el viaje.
Y con él, mi esperanza resucita y se renueva sin ser yo consciente de ello, mientras observo distraída los últimos instantes de mi eterna y prematura ciudad.