miércoles, 13 de noviembre de 2013

Cuestiones de autobuses

Huele bien. No huele a nada, pero huele bien.
Un nudo en la garganta que baja hasta el pecho y se libera en forma de suspiro con la primera nostalgia en forma de música que se adentra en lo que nadie parece ver.
Alguien ya ha dejado de contar sueños.
En el quinto piso se encuentra Erika, rota de sueño, cansada de mirarse al espejo y de no sentir nada. Desde hace dos días y medio se encuentra dispersa. A menudo roza los edificios con sus dedos mientras vuelve a casa en silencio, sin encuentros que activen su inseguridad y pongan en tensión cada músculo de su cuerpo. Sin casualidades innecesarias, sin falsas esperanzas de volver a quererse al menos durante una tarde.
Mira sus zapatos, sus mil y una historias que albergan, sus más de quinientos besos, y otras tantas caricias que vienen de allá, de no sabe ya dónde. Y Erika entonces se viste de negro, pinta sus emociones y nadie parece sentirse identificado. Ella prepara con cariño un sitio especial dedicado a reclamaciones por aquello que ha dibujado, por aludidos que quieran quejarse, por no aludidos que quieren entrar en ese pequeño mundo reflejado en forma de óleo, por errores cometidos en caricaturas sentimentales y otras cosas que le preocupan y le conciernen. Erika, consecuente, dedica todo un día a recibir visitas. Y nadie aparece. Apaga la luz por última y primera vez, y entonces Erika corre. Corre dejando atrás árboles, miradas, canciones tristes y escalofríos. Corre tanto y siente que con cada paso vuelve un minuto atrás. Y después de correr durante horas se va sintiendo mejor. Corre tan rápido que poco a poco va haciéndose más pequeña, más invisible, más de nadie.
Hasta que Erika desaparece.