sábado, 18 de agosto de 2012

Jag älskar dig

La forma con la que abrazas mis creencias más invisibles, mis experiencias más mudas y mis gestos más pequeños me recuerda que siempre tendré espacio en tus brazos y en tus infinitas noches.
Cuando las sonrisas se vuelven reversibles y se cruzan mil veces y una en mi garganta, se silencian para siempre y nunca vuelven a existir. Piensan por mí y dificultan que pueda caminar y mirarte sin apartarte la mirada. Mi cariño se pierde entre tus gestos. Los suspiros hablan por mí y te preocupan constantemente. Pero vuelves a recogerme, distante pero seguro, sabiendo que por muchos minutos que tardemos en llegar a nuestro reinicio, siempre quedarán manos que coger para atraerte hacia mí y parar la calle durante cinco eternos y sordos minutos. Pero las sonrisas tornan y con ellas mis cuerdas vocales dibujan de nuevo dos siluetas mirándose fijamente. Una enfrente de la otra.
Termina el camino. Volvemos al mismo punto. Seis horas. Y me despiertas. Subes corriendo, te abro la puerta en pijama. A oscuras, en silencio, susurrando. Entonces es cuando vuelvo a tener lugar en tus brazos, olvidamos los después de y las conversaciones imposibles e interminables. Sólo con tus ojos, los míos dejarían de llorar. Tus pupilas se humedecen al rozar mis mejillas.
Te hago sitio en mi cama y cerramos los ojos. Beso en la frente.

Buenos días.