domingo, 22 de abril de 2012

Bound to fall

Caminan por la misma calle. Sus pasos son la música que suena ese viernes por la noche en ese preciso lugar. Cualquier otro sonido no es válido. De vez en cuando miran al cielo, simplemente por dirigir la mirada a algún punto concreto, o miran hacia atrás para entender su recorrido. Él la mira de reojo, pero es inútil. Ella intenta escuchar cualquier sonido proveniente de él, pero es imposible.
De pronto, una carcajada sale de su boca. Sus ojos se cierran más de lo normal, mientras deja ver su sonrisa. Por desgracia, ni ella misma conoce su cara. Pero no le importa. Sigue riendo. Recuerda con claridad las cosas que el tiempo aún no se ha llevado y que ha dejado para recordarle de vez en cuando que todo sigue tal y como es, y que así debe ser para siempre. Sabe que podría revivir el recuerdo que ahora tiene en su mente siempre que quisiera, aunque simplemente sea para que respire por un momento y entienda que por muchos "en fin" que existan y que oiga a gritos, hay cosas que no se desvanecen.
Pero su risa poco a poco va amainando junto con la imagen que visualiza ahora. Le duele no poder elegir esa imagen, le duele que sea tan difícil asumirla y que se haya creado de forma casi inapreciable. Un cúmulo de discusiones, de golpes contra la pared, de personas invisibles que carecen de importancia. Piezas que por separado simplemente se ignoran con una muestra de realidad entre ellos, de la sinceridad más pura que conocen, de algo que debería convivir con ellos siempre, pero que esas piezas, al juntarse, forman un puzzle imposible de deshacer que les duele y les entorpece al caminar.
Donde hace apenas unos segundos había una sonrisa, ahora hay unos labios cerrados y unas lágrimas que caen por su contorno.

Se oye un suspiro, aunque sólo ella puede oírlo. Se ven unas lágrimas, aunque sólo él puede verlas.

Él no entiende nada, está confuso. Por desgracia, no ha podido oír esa carcajada de su distante compañía.
Conoce la situación, pero la lleva mejor. No se escapa todas las noches en su busca porque necesita simplemente ver cómo sus pestañas se mueven cuando ella cierra los ojos. Él no es débil. Pero a veces resulta incluso frío hasta para ella. Por eso, sólo grita. Sólo escupe sus palabras. No tiene maldad, pero ella no le comprende y le hiere.

Algo vuelve a cambiar en ella. Un gemido sale de su boca. Con sus manos, aun ignorantes del daño que ella misma se ha hecho con ellas, toca su cuerpo.
Tampoco se ha ido el recuerdo de un momento que, en su día, fue algo natural y espontáneo. Algo que sabía que pasaría a formar parte de toda su vida, lo quisiera o no. La pasión sigue viva, y ahora se había adentrado en su cuerpo de tal forma que le hacía gritar. Pero no le dolía, incluso lo necesitaba. Y ahora, es ella la que le mira a él, que no se ha dado cuenta de absolutamente nada. ¿Qué puede saber él?
Vacío.
Vuelve a sufrir. Necesita que esa pasión se adentre también en el cuerpo de él. Necesita volver a revivir con él aquel momento. Pero él, ingenuo, sigue tratándola como le apetece. Si tan solo por un momento pudiera apreciar todas esas muestras y esos regalos que ella le ha hecho... Si tan solo los leyera... Pero no lo hace. La aprecia de otra forma, y en un momento como ese, no puede recordar nada que no le haga gritar de nuevo.

Hay metros de distancia entre ellos. Les duele. A uno más que otro, posiblemente. Se sienten más lejos que nunca. Se hacen daño, se rompen poco a poco. Pero lo ignoran. La rutina les puede. Todo les puede. Quizás aun haya alguien dispuesto a romper todo lo que supone estar así, pero enseguida se calla y se queda en nada. Qué duro es aceptar que hay cosas que se escapan de tu control. Qué difícil es completar absolutamente todos los espacios. Ya no son ese nosotros. Ya no es eso que desaparece y aparece en la vida de los demás. Ahora es él. Ahora es ella. Ahora son dos personas que caminan. Saben a dónde, algo que no deberían saber, pero aun así, les da igual. Siguen ese estúpido camino mientras apenas saben de la existencia del otro.

Él es sordo. Ella es ciega.
Él se detiene, no puede seguir caminando; está herido. Pero ella no puede verle.
Ella intenta hablarle, intenta explicarle todo lo que su cuerpo le permite. Pero él no puede escuchar cómo se lo dice.
Y así, de la forma más cruel y más estúpida posible, sus caminos se separan.