martes, 10 de abril de 2012

Confesaré: ha vuelto aquella fiebre de siempre.

Pocos años vividos. Traicionan al tiempo, traicionan a la familia.
Aclararse para volver a sumergirse en un mundo de mentes inestables. No es sano avanzar entre un mar vacío y seco.
A veces lo parece, a veces lo es. Nunca se queda. Me abandona, me araña. Y se va.
Es complicado no pensar cuando no quieren que pienses, no recordar cuando no te dejan recordar. Prohibir, cohibir, presionar. No te hace único, no te hace mejor. No te hace bien; no te veo superior.
En el coche todo pasa más lento. Los años pesan, las paredes encierran, los gritos se evaporan. Y bailar no ayuda. Miras por la ventana deseando evadirte, pero es imposible. Luego todo se complica. Al menos me alegra que puedas despreocuparte. Condicionar tu vida, atarte a lo más imposible, a lo más débil y cobarde, a lo más dañino, es inútil.

Qué relativa es la felicidad. Conformarse es suficiente desde hace siglos. A veces todo se rompe desde la primera hora de la mañana. Las conversaciones a las 8 am nunca salen bien, no. Excepto cuando te reservo un sitio en mi cama, y vienes. Y voy. Y te despierto, y me despiertas. Y te doy mil besos y te cuesta despertarte, y tú, sólo con apoyarte en mi cama, ya me despiertas. Sueño profundo, sueño ligero.

A respirar.