jueves, 24 de octubre de 2013

Cuando rezo

Una vez creí conocer tu cara.
Una y tan solo una creí verte.
Y mil doscientas creí escuchar tu voz. Y recordarla es otra historia.

Cada noche y cada minuto en vela, a oscuras, con toda la noche en mi ventana entrando por los huecos de mi alma te he pedido y te he dicho otras muchas cosas también. Nos hemos visto a lo lejos. Tú eres horizonte, y eres aquel sol y aunque sólo hay uno eres aquel porque eres mucho más que él, mucho más que todo, querido. Eres solemne y eres quieto, y seguro que muchos te conocieron y te quisieron.
Yo te hubiera adorado más, te hubiera mirado más que ahora si siguieras entre mis cumpleaños. Yo ya no tendría confesor, ni tampoco mi Él, ni otras muchas lágrimas que se evaporan, se acumulan, se lavan, se viven y ya no están, como tú. Eres mucho más que un nombre, y más que un hombre también. Eres muchas cosas que nadie sabe. Eres como mi consciencia, estás dentro pero fuera, y a veces creo recordarte tanto que te tengo cerca, y es por eso que te hablo cuando me desespero, cuando algo se va a escapar, cuando no puedo con tanto peso sobre mí y siento que mi cama va a romperse. Cuando tantas preocupaciones me abordan y jamás duermo. Cuando soy niña inquieta y todos me miran y me llaman tranquila. Cuando se les escapa ese gesto, y mis dedos mordisqueados. Y sangre aquí y allá. Los ojos rojos, pero no de verte. En vida sí me hubieras cansado, y te hubiera abrazado poco. Y mi corazón no latiría jamás al pensarte.
En vida te me hubieras hecho tan grande que no te hubiera visto jamás. Me hubieras encantado tanto, tanto en vida.
En muerte a penas eres conversación. Y por las noches es otra cosa. Eres más que mi oración. Más que mis súplicas. Más que eso eres, y todo lo demás también. Eres y tanto que eres que no me cabes en tan pocas líneas.

Y es por eso que no creo en ningún Dios. Porque te he conocido.