jueves, 31 de octubre de 2013

Noche azul, negra y fría

Creo noches vacías, noches queridas y pequeñas, tan poco escuchadas y hechas para pasar frío. Para besarse mucho tiempo y alegrarse de haber venido. Noches azules y con el miedo en las uñas. Con las ganas de sentarse y quedarse allí por mucho rato, tanto rato que la nariz se congele y el viento se apague, y puedas observar cada cambio, puedas observar cómo aquel árbol ha perdido hoy dos hojas y cómo aquel banco ha sufrido hoy tres rupturas, dos risas y cuatro abrazos. Noches que se escriben, noches que nadie cuenta, en las que existe una protagonista y un antagonista y ambos se quieren y bailan juntos, casi quietos, y no hay desarrollo ni final. No hay nada más que frío entre sus manos y entre sus ojos. Se miran a lo lejos, casi cerca, tanto como sus cuerpos, y alguien sopla y el cabello de ella se mueve. Aparecen entonces escritas en el aire y en el viento tantas, tantas imágenes y tantas historias que nadie dice nada. Todos se quedan callados. Todos lo saben.
Nadie sabe cuándo, pero hay algo, algo entre cada banco, en aquella esquina, en aquellas escaleras que se escapa de todo y crea magia, crea aquello que aparece en los ojos de la protagonista cuando mira al antagonista.
Y yo creo también. Creo noches en las que ambos tienen frío, y se besan en aquel banco. Y el azul ilumina los ojos de él y el negro tiñe las uñas de ella.