miércoles, 16 de octubre de 2013

Fall asleep

Un lazo en el pomo. Sin razón de ser. Sólo rosa. Sólo atado. Sólo a punto de caerse y a punto de que alguien lo tome y de pronto inunde sus pensamientos con él.
Allá, desde la ventana, desde el edificio de enfrente, desde una punta muy lejana y muy elevada, casi en el cielo, suenan pasos y música y alguien está llorando pero se ríe. Las gotas de agua caen desde las hojas hasta las piernas y crean sombras, diminutas sombras. Son pequeños mundos. Fascinada fijo mi atención en una de ellas y de pronto todos los colores y todas las cosas que veo, y todas las que no veo también se reflejan en esa gota. Casi creo que ocupa todo cuando la toco y descubro la canción favorita para terminar los conciertos de Amarante. Nadie me lo dice. Y nadie más lo sabrá. Lo pensaré mientras bebo café de avellana y mientras recuerdo Suecia y hablo sobre los hermanos Lumière y alguien me alaba. Y poco me importa, aunque me hablen unos ojos azules y rubios. Ojos rubios porque quien me mira a través de ellos tiene en el pelo rayos de sol que se desvanecen con filosofías y con pensamientos que atraviesan cada conexión cerebral que ignoro. Todavía, ignoro todavía. Me quedo callada y cruzada de piernas, y me pregunto por qué Irene y por qué The ribbon.
Quiero contar mil cosas lejos de aquí. Quiero subirme allí arriba, donde hace poco me preguntaban qué hacía allí, donde hace más me preguntaba yo misma por qué lloraba allí, y dejaba escrita con sangre una confesión que culminaría en herida. De esas que no cicatrizan y que sólo cicatrizan cuando las ves.
Siento que alguien está a punto de desfallecer, y corro. Corro quieta, y hay alguien subido a esa farola que apagará todas las luces y entonces quedaré yo sola, y tendré que escuchar el silencio y nadie quiere escuchar el silencio. Por eso enciendo la televisión. No me deja pensar.
No me dejan desfallecer, pero a alguien sí. Alguien afortunado, y me paro. Me paro corriendo. Y ya estoy lejos cuando sé quién es, y miro y no hay ninguna farola, y soy yo misma frente a un espejo, y hay alguien detrás en el suelo, y yo corriendo, y nunca llegaré a apagar las luces porque ya lo están. Tan apagadas que sólo escucho respirar. Y silencio. Y no hay ninguna televisión cerca.
Entonces duermo. Suicidio común, aceptado, silencioso y no doloroso. Aunque toda yo siga sufriendo, porque sigo respirando.
Cansada de los desayunos y los no buenos días que todos dan. Dan por dar. Y yo doy, pero sonrío, y no olvido esa sonrisa, ese desconocido que te deja pasar con un gesto espontáneo y acertado. Y sonrío. Y agacho mi mirada porque pienso que nadie querrá verme sonreír, pero hay demasiado ruido para poder pensar y sólo pienso que he sonreído. Como una meta.
La meta de llegar y encontrar el lazo desecho. Desecho como tú. Y quedas con el silencio, y duermes y te suicidas y sonríes.