miércoles, 14 de mayo de 2014

Cuatro/Cuatro

Ya no más interrogantes al otro lado del precipicio.
Sentencio lo nuestro. Fin de los fines.

¿Conocerte a diario y querer huir siempre, a cada hora, ya no existe?
Levantándote de la muerte, hablándome ya sin atravesarme, desconociéndome lentamente. Creo que a veces gritas para alejarme. Yo doy gracias de que nunca hayas sabido verme. Ayer me alegré por primera vez en todo este antiguo destiempo de no serte tuya.
Las historias para no dormir ya no me funcionan aunque a veces hable para mí sobre las malas palabras, aquella biblioteca que te sirvió de despedida, el dolor que me metías siempre en la ropa cada vez que intentaba quererte más, los días horribles malqueriendo todo mi ser. Entonces el recuerdo duele. Después te miro, y no siento nada. Y todo brilla. Lo bello de los días, todo lo que jamás me has dejado ver a tu lado, de pronto aparece claro. Quiero quedarme para siempre aquí, ahora que ya respiro sin que me arda tu nombre en la boca y sin verte muerta. Soy permanente todavía, malas costumbres. Pero poco a poco, con todo esto nuevo que me viene y que me va, que me es y me soy, que -¡dilo ya!- me renueva el alma desde la herida aquella hasta el principio de un principio, matando los precipicios, los insomnios y sin más me sabe ver, dejo de ser permanente, de ser para siempre. Ahora soy, vivo. Y después, lo demás.

No sabría terminar sin decirte gracias. Eres el imperfecto contrario para el resurgir más perfecto.