domingo, 1 de junio de 2014

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Alguien me ha pegado el dolor de los besos ajenos.

Ya hay silencio en las noches de recuerdos, cada vez más breves, más guardadas en las cajas de los cadáveres que aún se pasean por mi cuarto. Ya voy olvidando y todo me mata menos.
Pero aún está aquí el eco del último amor, primer desamor por siempre. Aún a veces cuando la abrazo siento que aquellas manos volverán de otra manera, por costumbre, por el conocer de su cuerpo y el mío, porque lo que la mente olvida, las manos y el corazón recuerdan. ¿Y a quién le importa eso cuando quién ya tiene de nuevo por quién suspirar?
Yo, condenada a desenamorarme tan rápido como quiera, he hecho del amor y del venir de los sentimientos, un bello juego, en el que pierde todo aquel que quiere entrar. Me han regalado flores, rojas, y también muertas por desamor y abandono, y sigo aquí, mirándolos a todos, como si fueran uno sólo, cruzada de piernas, mientras dejo que cada uno me cuente algo nuevo de la vida, hasta que me cansen para siempre y les despida, pidiéndoles no volver. Son ciclos que vienen y van. El amor no me sabe, porque ya no lo meto en mi café. Ahora este me sabe a horas de pensar, de vivir, de mí misma, hasta que me llamen egoísta por no volverme a dejar morir por ninguna más.
Quién sigue siendo quién, razón de que ya no crea en manos que se juntan y pasean. Lo despedí cuando todavía se moría, y ahora lo vuelvo a saludar, revivido, conociendo nuevas gracias. Se quiso ir, obligada a dejarlo libre. Y quién nunca volvió a mí, porque nunca me perteneció. Porque nadie pertenece a nadie. Y porque ahora nadie ya no cree en el amor.
Pero ayer, el otro día, hace muchas vidas, volví a sentir aquel pesar extraño y amargo que aún deambula por recuerdos de quién y nadie. Me contaron cosas que nadie quiere saber aunque quién se alegre.

Alguien me ha pegado el dolor de los besos ajenos.