domingo, 12 de octubre de 2014

I swore to no end. Swore to never let you go...

Hola, cariño.
No te esperaba esta noche, la verdad. Pasa.

Es tarde. Son las cinco ya. Pero no tienes sueño, ¿a que no? Yo tampoco.
¿Quieres que dejemos de dormir? Juro que esta idea me ha rondado la cabeza desde antes de nacer, y que en escritos anteriores la he dibujado en forma de letras, pero ahora la siento de otra manera. Me lo dicen tus ojos; me dicen que tenemos tanto que querernos que ni en mil años despiertos vamos a dejar de sentir algo nuevo cada día. Tus ojos, esos ojos tuyos, que no sé qué demonios tienen dentro, pero me transportan a cada rincón de la ciudad y me escriben tu nombre en este banco de aquí y en aquel cigarro que ya es colilla. Y en todo lo infinito que se desinfinita cuando con tus abrazos vuelvo a aprender lo que es, en realidad, la infinidad. Y lo del cielo y el sol y todo eso es más pequeño con tus manos en mis manos, ¿sabes? Fumándonos, el uno enfrente del otro. Yo apoyada, encendiendo cualquier pensamiento, medio viéndote, medio mirándote. Tú con tus secretos. Y yo sintiendo que me desafías. Me desafías a ver quién se piensa más. Anoche me ganaste. Hoy te ganaré yo a ti.


Que nos mate el tiempo, la distancia, las caras largas, las largas conversaciones, el echar de menos, las despedidas y las noches de compañía distante. Si eso es todo lo que nos va a matar, jamás moriremos. ¿Entiendes?


Te mataré yo, de quererte. Y dormiremos para siempre.