sábado, 25 de mayo de 2013

Millones (y aunque seas uno)

Desaparecí sin querer. Las sábanas estaban hechas de años. Cada hilo era una foto, o una canción, o un diario que en su día provocó tantas y tantas ganas de cuidarse. El frío más horrible recorrió todo mi ser. Vagué por la pesadumbre tanto que perdí la noción del tiempo. Porque el tiempo desfallecía cada pocas palabras arañadas en los vértices del vacío. Escalofríos deambulando por la cúspide de las sombras musitaron silencios. Caras del pasado me gritaron, con las uñas clavadas en mis brazos dibujando rastros de sangre en mi piel conforme recorrían mi cuerpo, cosas que creía haber ausentado de mis constantes evasiones. La solución que creí perfecta se ahogó en la imposibilidad y en la cordura. Ni siquiera sabía cómo salir de la realidad y pretendía convertirla en lágrimas anónimas y perfectamente conocidas que probablemente preguntaran cómo, dónde y cuándo, y no por qué. La oscuridad aparecería al alba desconociendo la luz que consolaría a la vida. Teñiría de incertidumbre mis antiguos pasos, desde mi infancia hasta mis no-mejores días, y se asentaría en el día a día de mis más cercanos conocedores. Pero dejaría de ser. Después de todo vivimos con nosotros mismos, y nos iremos con nosotros mismos. ¿Y qué somos sin lo que somos?

El tejido se cubrió de sangre. Casi creí ser sangre yo misma. La evasión vino y sólo quiso ser cómplice de mi dolor. Pero ya no lo quería para mí. Ya no me reconfortaba. De entre confesiones entrecortadas, cortes sin profundidad y profundidades íntimas pretendía resurgir. Ahogué mi cara. La borré como pude a base de golpes. Dejé de verme. Al fin y al cabo nunca había sido nadie de verdad. En el pasado había jugado a serlo y a creer que existía e incluso que alguien vivía por mí. A creer que algo de esto importaba de veras y no se perdería como sé que lo hará. Pero la ilusa que reconocí entre las sábanas reposaba ahora en forma de sangre y golpes sobre una muerte sin construir. Y acabé por creer de verdad en todas esas sombras. Y acabé por querer dejar de verme de verdad. ¿Quién quedaba en esto? La burla de la noche resonó en el vacío. Tendida sobre mí misma, con medio cuerpo muerto y la otra mitad casi sin presencia alguna, desfigurada y deshecha, alcé la mirada. Y todo se tornó lento y rápido a la vez. Me vi en el reflejo de tus ojos estando tú allí arriba, rodeado por la luz más ínfima que había visto nunca. Reí al verme. Y sé que fui feliz.


Sí, fui feliz.