domingo, 19 de mayo de 2013

Into dust

Aquí sentada, sin frío que me oxide, sin fuego que me consuma, sin tiempo que me deshaga y sin que ni siquiera estés cerca, te cuento las historias que te relaté y no escuchaste. Aquellas que perfilaba y mimaba en mis encuentros con la distancia de tus manos al agua de mi bañera. Aquellas que recitaba en silencio de camino a nuestros encuentros y que repasaba mil veces en mi cabeza, imaginando que al escucharlas caerías sobre mis pies, y luego te repondrías, porque así eres tú, y me querrías un poco más sin yo saberlo. Imaginando que te dejarías ver de verdad aunque fuera durante unos segundos para después volver a sumergirte en mis continuos intentos de intuirte. Imaginando que por fin cederías, y todos los lloros y todas las súplicas serían sólo anécdota al lado de nuestros días, que desfilarían con la misma gracia con la que abres los ojos por primera vez todas tus mañanas. Y presumiríamos juntas con la nostalgia en los ojos de separarnos y, aún así, de entendernos, de conocernos, de sabernos.

Pero nuestros encuentros se tornaban breves. Mal nos quería el tiempo. Y tus acontecimientos dibujaban los pasos que te llevaban hacia ese horrible metro, tan vacío los domingos por la tarde como me quedaba yo al despedirte.

Todas las historias me las quedaba para mi cama, y las encerraba en forma de canciones que más tarde usaría para revivir la esperanza de que al menos, escuchándolas, salvaría una parte de las cosas que me quedaban por decirte en cada uno de nuestros encuentros. Pero ni cien millones de canciones podrían compensar todo lo que yo moría con cada adiós. Si bien eran pocas las horas que pasaban hasta volver a verte, me consumían y se me hacían insufribles. Mis historias me pesaban tanto que me pedían convertirlas en pequeñas líneas que no podía saber si leías o no, si entendías o no, si sufrías o no. Y se acumulaban en forma de escritos que deseaba poder explicarte y recitarte mirándote a los ojos. Pero todas esas historias pasaban de ser mi realidad a ser ficción. El día a día nos pesaba y nos alejaba de vivir lo que deseábamos vivir de verdad. Nos levantábamos, caminábamos despreocupadas. Elegíamos caminos distintos, veíamos paisajes distintos, escuchábamos canciones distintas, pero teníamos el mismo destino. Y yo tu sonrisa clavada al pensamiento. Y todo esto se repetía y se repite hasta hoy. Y sé que esta noche alguna historia revivirá en mi corazón. Sé que desearé enseñarte cualquier parte de mi vida, que desearé revelarte cualquier secreto de mi pasado, que desearé contarte cualquier cosa de mi ser que consiga hacer que me conozcas. Pero nunca lo escucharás. Me verás conservarlo desesperadamente, pero para cuando me preguntes ¿qué?, ya estaré callada y te diré nada con una sonrisa mal dibujada. El presente y las despreocupaciones arrancarán esa historia de dentro de mí y la convertirán en unas líneas que en unos días, si buscas, podrás encontrar. Y entonces vendrá el mañana, y nuestros distintos amaneceres dibujarán en mi mente la escena en la que pienso a diario. Tú a un lado, yo a otro. Tu nombre en una esquina, el mío en otra. Y nuestros caminos, paisajes y canciones diferentes, en paralelo. El destino jamás aparecerá. Está escondido en las historias que jamás volverán a mi corazón.