miércoles, 19 de febrero de 2014

Cobardía vital.

Al límite del precipicio.
Sin camino, sin canciones, sin cuerpo ya.
Me destiño con el roce del agua. Me dejo ahí. Me confundo con el aire. Todas las cosas que no puedo arrancar de mí se quedan en el suelo de la bañera. Caen por su propio peso. Allí, en el fondo, parecen más pequeñas de lo que las sentía.
Con todo eso de menos, ya no soy. No escribo. No quiero. Nada.
Soy agua. Colores, la canción, todo en el fondo. El precipicio a lo lejos, con sombras sentadas, con puertas abiertas y anónimos que recuerdan que el mundo sigue funcionando. Ya no hay mundo para mí, al menos. Y ya no escribo más. Soy. No soy. ¿Qué hice ayer?  ¿Lloré con alguien? ¿Hay autobuses en la muerte?
Los ojos (¿qué ojos?) ya no miran, no ven. No toco nada. No oigo nada. No siento nada en mi pecho. Ya no tengo pecho. Ya no hay móvil. ¿Cómo huiré?
No hay luz. No hay nadie. Sólo pienso. ¿Qué hay si sólo pienso? Pienso, vivo todavía, todo se ha ido, y yo lo sé. Lo puedo saber. Ojalá no lo supiera. "Date la vuelta y huye. Camina hacia la carretera. Corre. ¡Salta! Ya has muerto." Pero los pies no marchan. No hay pies. No hay carreteras. No hay muerte, ¿o soy muerte? Ya no escribo. No puedo. Sólo pienso. Yo sola, oscuridad, y sólo pensando. Imágenes, vivas, tan vivas que siento mi pensamiento llorar. Pero no hay más.
¿Moriré de muerte? Jamás viví de vida.

Secuestrada en mí misma, obligada a sólo pensar, a la muerte sin morirme. Es lo que tengo. Me desgarro el pensamiento, me araño mis recuerdos, sangran mis nostalgias.

Sola. Me destiño en la bañera del precipicio. Me ahogo de oscuridad, de no-existencia. Me muero de muerte.

Adiós.