Mi madre está enferma.
Lleva tiempo tumbada.
Moquea. Se duerme.
Despierta. Me habla.
Pregunta. Me mira.
Yo le digo nada.
Las noticias de fondo informando.
A mí no me importan.
Las oigo sorda
mientras mi madre escucha
y me habla, y yo ausente
le respondo nada.
Me mira de nuevo.
Mientras camino, me habla.
Se queja del frío
de que esté enferma,
de las noches que pasa
y todo lo que yo hablo es nada.
Pregunta por todo,
por lo que tengo y lo que no,
por lo que vivo y lo que muero,
hasta por mis sueños pregunta,
y por poco, o por mucho
pronuncio nada.
Está sola ahora;
he dejado su compañía.
Atravieso el salón
mientras el frío abraza las cortinas,
mientras mi madre apaga el televisor
y ya no se escucha nada.
Me giro, me detengo, la miro,
y escucho cómo me dice
si no seré yo la que esté enferma
de tristeza y de lo que callo
y confieso que estoy enferma,
que estoy enferma, pero de nada.